Quebrar el cuerpo, alzar el espíritu
"Dice el sabio sufí Mawlânâ Rûmî (m. 1273): "Cuando el cuerpo se quiebra, el espíritu levanta la cabeza" (Mesneví I, 2928). No hay vino sin prensar las uvas, se dice, ni fruto
sin antes haber partido la corteza. Del mismo modo, el derviche quiebra su
cuerpo a fin de que el pájaro del espíritu que en él anida emprenda el vuelo.
Porque el cuerpo humano es el templo del espíritu. Pero que nadie se lleve a
engaño: quebrar el cuerpo nada tiene que ver con mortificación alguna, ni con
las ascesis infamantes que atentan contra la integridad de la vida. Advierte categóricamente
Rûmî: «Lastimar el cuerpo es ofender a
Dios» (M I, 2520). Lo que está en juego aquí es algo bien distinto que
tiene que ver con el misterio del cuerpo y del coraje físico para alzarse por
encima de sí mismo. Aquí se habla de la aceptación positiva del dolor y de la
grandeza que este encierra. En una palabra, aquí se habla de sacrificio.
Quebrar el cuerpo es conducirlo al límite de sus posibilidades; y todo cuanto
se vive al límite y en el límite posee un valor especial. Más aún, en el límite
aflora una poderosa fuerza interior, capaz de obrar lo inusitado. Yukio Mishima
decía que existe una innegable ligazón entre el despertar de la consciencia y
la prueba del sufrimiento físico, como constatan no pocos ritos iniciáticos y
ancestrales artes marciales. Tal es el caso del zûrjâne persa, fuertemente impregnado de valores sufíes, cuyos
practicantes, verdaderos atletas del espíritu, se entregan a vigorosos
ejercicios físicos que templan sus cuerpos pujantes, emblema de su
inquebrantable fe y de sus atributos heroicos, y preludian el renacer del
espíritu. Y es que un cuerpo desentrenado, ya sea por abandono o bien por
puritanismo religioso, es como un instrumento musical desafinado (...)".
[Halil Bárcena, Perlas sufíes. Saber y sabor de Mevlânâ Rûmî, Herder, Barcelona, 2015, p. 177].
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